Tengo por delante un mes para echarte un buen cuento.
Ya sabes que los cuentos míos son más para mí que para ti —perdóname que me ponga en el centro. Dicen quienes entienden de marketing y negocios digitales que esto es lo último que se debe hacer: en el centro de tu comunicación tiene que estar tu cliente.
¡Ajá! Resulta que yo no sé muy bien qué clase de negocio tengo, porque estoy atravesando una etapa en la que no tengo claro qué estoy haciendo. Y claro, de estos polvos... este barro en el que ahora me muevo.
La cuestión es que la que está en el centro de mi vida soy yo. Y no veas lo que me ha costado llegar ahí. No sé en qué momento me perdí... bueno, sí lo sé. Fue allá por los treinta, en aquella tremenda crisis que pasé. En ese cambio de década, me desorienté. No entendía bien qué tenía que hacer, ni qué esperaba yo de mí. Y como no lo tenía claro, me quité del foco. Me dediqué a mirar hacia afuera: qué hacían las demás, qué se esperaba de las demás... y así, mirando tanto fuera, dejé vacante el centro de mi vida.
¿Sabes qué pasa cuando se hace hueco? Que se rellena. Siempre hay algo —o alguien— dispuesto a ocuparlo. A veces son personas. Otras, el trabajo, el dinero, las adicciones... o el control. Si no estás lista y rápida, algo se instala en ese centro.
En mi caso, durante aquellos años, lo ocupó el control. Todo bajo control: lo que comía, lo que leía, lo que pensaba. Nada muy recomendable, la verdad. Porque si lo que ocupa el centro no está equilibrado —si no tiene "la terapia hecha"—, todo se descontrola.
No te estoy contando nada nuevo. Aquellos años fueron duros. Como si un mono llevase el volante de mi vida. Afortunadamente, veinte años después, soy capaz de verlo porque lo superé. Desde entonces, el centro de mi vida soy yo. Y mira tú por dónde, he aprendido también que, aunque escriba y hable para mí, lo que cuento le sirve a quien me lee. No por ser el centro de mi conversación, sino porque le invita a mirar el suyo. A estudiar sus costuras. A ver si le aplica.
Esta vez, sigo con la misma premisa. Ojalá lo que voy a contarte este mes te sirva, te inspire, te haga pensar, o al menos, te entretenga. Si cumple alguna de esas cuatro condiciones, ya me doy por satisfecha. Y si no, pues siento haberte robado el tiempo.
Allá voy.
Después de dos meses de duda constante, de introspección y análisis, no me ha quedado otra que asumir la decisión que tomé en abril.
En mi caso, las decisiones importantes las tomo en minutos. Desde la barriga. No necesito mucha información ni grandes justificaciones. Es algo que siento y ya está. Algo como lo que contaba Aroa hace unos días en su newsletter. Ella habla de intuición. Yo, que aún no me creo lo bruja que soy, digo que son decisiones que tomo inconscientemente. Pero vamos, cuestión de palabras.
La decisión la tomé en abril. En un minuto. Y me ha costado todo mayo y junio asumirla, integrarla, trazar el recorrido de evacuación... y prepararme para comunicarla.
Desde entonces, no he hecho más que recibir señales. Pequeñas confirmaciones. Ayudas a la integración, como yo las llamo.
La última ha sido esta mañana, leyendo la newsletter de Sol Aguirre. Según la terminé pensé: esto es, yo lo que quiero ahora es ser valiente.
Y aquí estoy, dándome cuenta de que estoy a punto de atravesar otra crisis de identidad. Porque en pocos meses cumplo años. Cambio de década. Y ya no soy la que era.
A los treinta le eché la culpa al retorno de Saturno. Ahora no sé a quién señalar. Pero lo cierto es que llevo meses sintiendo que estoy cambiando.
No abandono el centro de lo que he construido, pero de la que lo construyó empiezan a quedar pocas cosas. Y lo que es peor: los procesos que antes me servían ya no me sirven.
Por eso me he pasado estos dos meses haciéndome un marikondo de carácter:
¿Esto me sirve?
¿Con esto me quiero quedar?
He perdido muchas vergüenzas, pero he recogido nuevos miedos por el camino. La energía empieza a restarse. Lo que antes me ilusionaba, ahora me deja fría. Las comidas que antes me hacían torcer el gesto, ahora las devoro. Y los pocos excesos que antes me permitía —los quintillos, los ayunos, los maratones de curro— ya no caben en esta nueva vida.
En resumen: estoy en plena mutación. Y con ella, mis proyectos y mis procesos.
Y lo que va a pasar ahora es que voy a ser valiente para contarlo.
Porque no es solo que lo quiera en mi nueva versión, es que sé que lo voy a necesitar.
Me ha encantado,Violeta.Estoy deseando saber más 😉.Hay que ser valiente y si, además, te has dado sin darte cuenta 2 meses para asegurarte de que esa intuición es un SÍ, adelante.