Hace unos días, en una de las sesiones en directo de la membresía de Sol Aguirre, ella comentó que le había llegado el mensaje de una seguidora que siguiendo sus consejos había concertado una cita para darse un masaje en el sitio de referencia de Sol; pero que una vez allí no disfrutó nada del masaje porque lo único que sentía era absoluta culpa.
Y aunque de entrada sentí cierta lástima, no pasó mucho rato en que lo que empecé a sentir fue empatía y comprensión. Ahora ya no, pero ¿Cuánto tiempo he estado sintiéndome culpable por solo dar respuesta a mis necesidades? Imagínate el tamaño de la culpa cuando lo que hacía era consentirme.
Y no, no hace tanto.
Nos han enseñado a cuidar. Desde pequeñas, nos han dicho que debemos estar atentas a las necesidades de los demás: atender a nuestros hermanos, ayudar en casa, acompañar a una amiga en un mal momento. Y, con los años, el mensaje se refuerza. Cuidamos a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestras amigas. Nos volvemos expertas en detectar cuándo alguien necesita algo y en hacerlo sin que nos lo pidan. Pero, ¿y nosotras?
La respuesta es dolorosamente simple: nos dejamos para el final. Y lo peor no es solo la falta de cuidado hacia nosotras mismas, sino esa culpa (la maldita culpa, aquí sí) que aparece cuando, por fin, decidimos hacerlo. ¿Un desayuno tranquila y sin prisas? Debería estar adelantando trabajo. ¿Un masaje? Hay mil cosas más urgentes en la lista. ¿Una tarde sin obligaciones? Seguro que hay alguien que me necesita más de lo que yo necesito este descanso. Así, nos boicoteamos antes incluso de haber disfrutado lo que nos hemos regalado.
La culpa de cuidarse es real. Se nos ha instruido tan bien en la entrega a los demás que cuando nos damos un capricho, en lugar de saborearlo, lo empaquetamos con remordimientos. Nos cuesta aceptar que también merecemos atención, mimo y descanso. Que no es egoísmo, sino necesidad. Que no podemos seguir cuidando si estamos agotadas y vacías.
Pero aquí viene la pregunta clave: ¿de qué sirve toda esta culpa? No hace que avancemos, no nos ayuda a ser mejores, no nos recarga de energía. Solo nos resta. Es un sentimiento estéril. Nos encierra en un ciclo donde el autocuidado es un lujo y no una prioridad, cuando en realidad es la base de todo.
Hace tres años encontré a la mejor masajista de la isla. Siguiendo los consejos de Sol, empecé a agendarme un masaje mensual. Tengo que reconocer que las primeras veces, en la camilla estaba yo, la culpa, el no merecimiento y el juicio de ¿quién te has creído tu, la marquesa del Roque? La cama llena de gente. Pero Anaís, ha sabido saber quién necesitaba realmente el trabajo de sus manos y se ha dado a ello con alma, en cada sesión.
Tres años más tarde no solo me doy masajes mensuales. Tengo una cita conmigo a la semana, y me regalo una tarde cada 15 días donde no hago nada por obligación, me siento con mis agujas y una serie, y tan ricamente.
Así que la próxima vez que te sientas culpable por hacer algo para ti, recuerda esto: cuidarte no es un capricho. Es la forma en que te aseguras de poder seguir dando lo mejor de ti al mundo. Sin culpa, sin excusas, sin pedir permiso.
Tienes toda la razón. Lo fácil que lo vemos para las demás y lo que nos cuesta con nostras. Pero una vez empiezas, todo cambia.
Yo todavía siento culpa, me pasa que a veces me siento egoísta… se que estoy en el camino pero todavía me boicoteo 😒