En el reposo también hay movimiento
Hoy voy a aprovechar el silencio de la mañana y la intimidad que me ofrece esta hoja en blanco para hacer una revisión profunda del estado de cuentas, o mejor dicho de palabras.
Como no sé hablar de las cosas si no hay contexto, me adentro en él, en el contexto y así lo pongo por escrito y me ayuda para hacerme consciente de lo que vengo viviendo. Y de paso me vale para poner luz sobre los procesos creativos, sobre lo que es escribir, y cómo hay que ir ajustando la vela cada vez que cambia el viento.
El 8 de enero de este año, como la escritora novel y flipada que soy, me dispuse a empezar con el Manual de Invierno. Será el último libro de la Saga Tía Enriqueta. Hasta aquí todo bien. Es lo que llevo haciendo los últimos cuatro años. Mi método está probado, testado y funcionando.
Este año hice lo mismo, y alcancé la velocidad crucero rápidamente. Para mí y en este caso son las 1800 palabras diarias. Cuando abordé el mes de abril, algo empezó a molestarme. Como la piedrita en el zapato que no te incordia demasiado, pero sabes que está ahí.
Después de Semana Santa, no me quedó otro remedio que pararme. Dejar de juntar palabras y respirar profundo. Algo no estaba funcionando y estaba tan metida en la tarea que no sabía identificar qué. Y entonces (casi siete libros después) entendí que escribir un libro no es solo sentarse y juntar letras.
Me di cuenta de que escribir y crecer, en este caso era lo mismo. Hay cosas que no supe contar como escribir hasta que las miré con otros ojos.
Hasta que dejé de pensar en crecer como un movimiento visible, constante, casi espectacular.
Como si solo lo que se muestra, lo que se exhibe, lo que se cuantifica… contara.
No sabía que también contaba como crecer:
decir “esto me supera” y parar.
pasar un día entero sin abrir el ordenador y lidiar con la culpa.
soltar una idea brillante que no encajaba en mi vida.
dejar algo a medias sin rendirme, solo porque necesitaba un descanso.
pedir ayuda.
decir que no.
no contestar al instante.
volver a lo básico.
dormir más.
dejar que el día se pareciera a mí y no yo al día.
Después de estar parada durante este mes de mayo, me he dado cuenta de que no he estado parada ciertamente. He estado en reposo, como cuando metes la masa en la nevera y la dejas quieta para que las bacterias hagan su trabajo.
Me ha pasado lo mismo. Parada sin escribir, he estado leyendo mucho. Y emborronando a mano muchas hojas en blanco. Tengo una nueva estructura. Un nuevo sistema, y ahora sí, me he puesto a escribir.
Me fascina entender que los reposos en mi vida como escritora son tan importantes como cuando amaso, si quiero que la historia crezca y fermente, tengo que dejarla reposar. Eso es lo que he aprendido principalmente.
Y ahora, que creo que lo he entendido, he vuelto a mover los dedos velozmente sobre el teclado, y vuelvo a sentir ese hormigueo y la piel erizada a la altura de la nuca.
No volveré a cuestionar el descanso, ni tampoco el reposo.
Y tu ¿dónde necesitas reposar?